martes, 14 de septiembre de 2010

El pastor y el Corán

Primero fue un loco desconocido con 50 seguidores. Seguramente delirantes como ellos hay muchos más, en distintas iglesias. Pero estos eran nada más que 50. Y mantuvieron en vilo a buena parte del mundo, por el fenómeno de la comunicación instantánea universal.

Más tarde salió otro imbécil diciendo que “hay que quemar el Corán porque los musulmanes tienen un Dios falso, una Escritura falsa, un Profeta falso”.

Es verdad: son fanáticos, son gente de bajísima inteligencia. Está clarísimo. Pero con su accionar enfurecen a multitudes, enardecidas por otros fanáticos que les dejan creer que todos los occidentales y todos los cristianos pensamos así.

Y ni el cristianismo ni occidente somos islamófobos. Somos en todo caso, y mayoritariamente, fanaticófobos. Fundamentalisticófobos. Provengan los fanáticos y fundamentalistas de donde provengan. No los queremos. Los sabemos peligrosos.

Yo, en lo personal, confieso sentirme (como católico) mucho más enojado cuando los fanáticos son cristianos en general, y católicos en particular. Aunque en la Iglesia Católica tenemos la ventaja de una disciplina universal, que permitiría neutralizar a un fanático de este tipo fulminando una excomunión.

Pero el punto, hoy, es el tema de la libertad.

La libertad bendita (y que debemos defender con uñas y dientes) para discutir ideas y creencias, para confrontar proyectos, para profesar el propio culto, para no profesar ninguno y para poder decirlo. Para estar en descuerdo o acuerdo público con ideologías, religiones, espiritualidades o lo que sea.

Pero hay dos casos en donde la libertad debe tener restricciones, y espero que nadie se horrorice mucho por esto que digo.

Uno de estos casos es la vejación, como en el episodio que comento. La quema del Corán es una vejación. Porque ofende sentimientos muy íntimos y sagrados de muchísima gente. Como también es una vejación negar que la Shoa haya existido. O pintar imágenes obscenas con Jesús, la Virgen María o las personas sagradas de cualquier religión. Se hieren sentimientos muy profundos. Y no deja de ser expresión (el insulto) de nuestros costados más bajos.

Se debe poder decir: “No creo que Jesús de Nazareth haya resucitado”, o “No creo que Jesús de Nazareth haya existido”; “No creo en la Virginidad de María” o cualquier otra cosa. Y se debe poder discutir, argumentar, razonar, debatir. Pero no se debe discrepar vejando. Porque es una forma de agresión profunda. Y en el caso de la vejación religiosa, el dolor llega muy adentro.

Cualquiera tiene derecho a pensar y decir: “Algunos musulmanes radicalizan su fe hasta el punto de llegar a una violencia asesina”. Pero nadie tiene derecho a decir: “Los musulmanes son todos violentos e irracionales”. Porque no es cierto. Y porque además con este dicho se estaría vejando a un colectivo de personas.

El segundo caso en el que la libertad debe tener restricciones también tiene que ver con el episodio de los pastores fanáticos y la quema del Corán. Permitir una estupidez como esa en aras de esta “libertad de expresión” puede ocasionar y de hecho ocasionará múltiples hechos de violencia en el mundo; ahondará las brechas existentes, profundizará odios e incomprensiones.

Entiéndase bien: la libertad del pastor ignoto es un bien individual. Pero el bien común está siempre por encima del bien individual. Ejerza el pastor ignoto su libertad con lo que no hace daño. Pero en esto, no se le puede dar libertad. Porque no tiene derecho a este tipo de libertad.