lunes, 9 de febrero de 2015

Circula un texto que no pertenece al papa Francisco

"No es necesario creer en Dios para ser una buena persona. En cierta forma, la idea tradicional de Dios no está actualizada. Uno puede ser espiritual pero no religioso. No es necesario ir la Iglesia y dar dinero. Para muchos, la naturaleza puede ser una Iglesia. Algunas de las mejores personas de la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre".

A este párrafo, atribuido al Papa Francisco, se lo presenta como una "frase entera", una "unidad de sentido", pronunciada o escrita de corrido. No la es. No forma parte, así como se la presenta, de ningún escrito ni catequesis oral del papa. Ninguna de las frases inconexas que conforman el párrafo apócrifo es incorrecta, entendida en un determinado contexto, pero así hilvanadas adquieren un nsentido que va en dirección opuesta a la enseñanza de este pontífice, le guste a quien le guste. Analicémoslas una a una:

"No es necesario creer en Dios para ser una buena persona".

No encuentro en ningún lado una cita papal con estas palabras, aunque hay un párrafo de la carta que Francisco escribe a Eugenio Scalfari, fundador y director del diario italiano La Repubblica, intelectual de izquierda y ateo convencido, un no creyente con quien el papa estableció un diálogo honesto y rico, del cual se podría entresacar esta conclusión, aunque el papa va mucho más lejos. El papa le dice a Scalfari:
"En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a quien no cree o no busca la fe. Considerando que  -y es la cuestión fundamental-  la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con corazón sincero y contrito, la cuestión para quien no cree en Dios radica en obedecer a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla significa tomar una decisión frente a aquello que se percibe como bien o como mal. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar".
De cualquier forma, la frase "No es necesario creer en Dios para ser una buena persona" es una frase que refleja una realidad, ya reconocida implícitamente por el Concilio Vaticano II, en el N° 16 de la Constitución Apostólica Lumen Gentium, que dice, respecto de los no creyentes: "Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta".
Creer en Dios no es necesario, ciertamente, para ser una buena persona, porque la experiencia nos muestra a diario que hay no creyentes buenos y malos como también hay creyentes buenos y malos. La fe sola no hace a una buena persona, si no es perfeccionada por la caridad. La sola fe puede ser (y de hecho en muchas oportunidades lo es) un camino individualista de salvación, sin conexión con los demás.
Sin embargo, en el contexto de este párrafo apócrifo, pareciera ser una invitación papal a no creer en Dios, o al menos se presenta como una minimización de la importancia de creer en Dios, cosa que choca de manera absoluta contra la catequesis continuada del papa, accesible en su totalidad en el sitio web www.vatican.va.
Luego aparece una segunda frase que no he podido encontrar en ningún discurso, catequesis o escrito papal:

"En cierta forma, la idea tradicional de Dios no está actualizada".

Dejando salva la cuestión de que el conocimiento posible de Dios por parte del hombre, construido a través de la revelación a lo largo de la Historia de la Salvación y especialmente a través del Evangelio vivo de Jesucristo ("Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mt. 11,27) no puede adaptarse a la necesidad de un tipo determinado de Dios que necesite la humanidad de cada época, ya que Dios es en sí mismo, independientemente de la idea que tengamos de Él, dejando salvo esto, repito, es cierto que a lo largo de los tiempos se ha generado en muchas personas una imagen falsa de Dios que no responde al Padre que nos revela Jesucristo. El Papa Juan XXIII sostenía, al convocar al Concilio, que la vieja y eterna doctrina del Catolicismo debía ser presentada en nuevas y atrayentes formas,  de manera que mostraran todo su sentido al hombre de hoy. La palabra "tradicional" tiene para muchos una connotación peyorativa, aunque técnicamente significa "lo que ha sido transmitido de generación en generación". Desde esta perspectiva, esta frase (que insisto, no me consta que haya sido dicha por el papa Francisco ya que no figura en los catálogos de su enseñanza) puede ser expresada así: "La idea de Dios que nos ha sido transmitida de generación en generación con fidelidad, debe ser expresada hoy con un lenguaje actual, comprensible a la cultura de este siglo XXI". Desde esta perspectiva, la frase es cierta. Si quisiera decir que hay que cambiar lo que la Iglesia ha creído y cree respecto de Dios, entonces es falsa de toda falsedad.
La frase siguiente, pegoteada en este apócrifo, pero que tampoco pude encontrar en el magisterio del papa Francisco, es sin embargo cierta:

"Uno puede ser espiritual pero no religioso".

Efectivamente, hay muchas espiritualidades que no constituyen religión. La New Age es una de ellas. Esto es una afirmación que describe una realidad, y hay personas con riquezas espirituales que sin embargo no creen en un Dios trascendente, ni en la vida eterna, ni en una religión determinada. Pero conociendo el magisterio del papa (e incluso el del cardenal Bergoglio, como arzobispo de Buenos Aires), afirmo taxativamente que el papa enseña continuamente la bondad de la religión, y de la vivencia de la propia religión dentro de la comunidad, que es la Iglesia. Una vez más, el autor de este compuesto intenta aprovechar el prestigio del Papa para hacer creer que para el papa es lo mismo ser creyente que no serlo, es lo mismo ser religioso que no serlo. El papa respeta y ama a todos, creyentes o no, religiosos o no. Pero su enseñanza es clara: Cristo, el hombre-Dios, es ejemplo del hombre religioso, y la Iglesia invita a todos los hombres a la imitación y seguimiento de Cristo.
La siguiente frase tampoco pudo ser encontrada en la catequesis papal:

"No es necesario ir la Iglesia y dar dinero".

Contextualizada dentro del apócrifo, y siguiendo su sentido, pareciera querer decir que no es necesario ir a la iglesia (templo) y dar dinero para ser buenas personas. En este aspecto, me permito discrepar al menos parcialmente con el autor de la frase atribuida al papa: "obras son amores, más que buenas razones", reza el refrán. Dar a los pobres, dar al que necesita, es signo (cuando es un dar desde el corazón) de caridad, de amor. Y es la caridad la que nos hace buenos. Si utilizo una frase como esta para justificar mi reticencia a compartir mis bienes, entonces me convierto en lo que creo combatir: un hipócrita. La caridad, el compartir, es la base de la enseñanza papal, y es también una enseñanza de Cristo y de la Iglesia. Ciertamente que no hablamos de ir al templo a depositar una limosna y "comprar" así la salvación. Tampoco consiste la cosa en "dar dinero al cura", sino de sostener la Iglesia, que en el caso de las parroquias no recibe dinero más que de las colectas. Con las colectas se costean tanto las obras de caridad parroquiales como el mantenimiento del templo, los impuestos, los servicios y (claro está) la alimentación, vestido y necesidades de los sacerdotes. Cabe decir que en demasiadas ocasiones los sacerdotes tienen que salir a trabajar en colegios para solventar las necesidades parroquiales y personales que las colectas no alcanzan a zanjar.

"Para muchos, la naturaleza puede ser una Iglesia".

Tampoco esta frase pudo ser encontrada entre las catequesis del papa. No obstante, es una frase que refleja una realidad, incluso para quien esto escribe. La naturaleza refleja, en muchas ocasiones, el esplendor y la majestad de Dios, así como su amor por sus criaturas. Y uno puede caer en oración con facilidad en el entorno natural. De hecho, muchas veces se celebra la Eucaristía en cumbres de montañas o lugares similares, en donde es fácil experimentar la presencia de Dios.  Pero en el contexto del apócrifo atribuido a Francisco, y en conexión con la frase anterior, pareciera que esta frase negara la importancia del templo, y de acudir al templo, que entre sus muchas cosas buenas ofrece, por un lado, la Presencia del Santísimo, en el Tabernáculo, y es además punto de encuentro de los creyentes, asamblea, ekklesía (comunidad).
La última frase del apócrifo, huelga decirlo, tampoco fue identificada como perteneciente al papa.

"Algunas de las mejores personas de la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre".

Es verdad. Pero también es verdad que en nombre del ateísmo y del desprecio de la religión se cometieron los peores genocidios, como el holocausto nazi sobre el pueblo judío, con 6 millones de muertos; las matanzas estalinistas de campesinos (10 millones), el genocidio del Khmer Rojo de la Camboya de Pol Pot y otros muchos. Y algunos de los hechos monstruosos cometidos "en nombre de Dios" en realidad fueron cometidos por otros intereses, aunque malos creyentes se escudaron en el nombre de Dios para cometerlos. Pero vuelvo a decir: es cierto. Muchas de las mejores personas de la historia no creían, aunque muchas otras de las mejores personas sí creían. ¿Cuál es el sentido de esta frase puesta aquí? Está en consonancia con el sentido de todo el apócrifo: poner en boca del papa católico que no es necesaria la religión, ni la fe, ni los templos, ni el culto.
Todo hombre o mujer tiene el derecho de creer o de no creer. Y tiene también el derecho de fundamentar su creencia o no creencia.

Lo que no existe es el derecho de atribuir a ninguna persona cosas que esta persona no dijo, ni podría haber dicho sin falsear la totalidad de su enseñanza cotidiana.

lunes, 2 de febrero de 2015

Incendios forestales

Incendios forestales en nuestro país


"Durante las excursiones que en aquellos años  hice en el sur... admiré lugares excepcionalmente hermosos y más de una vez enuncié la conveniencia de que la Nación conservara la propiedad de algunos para mayor provecho de las generaciones presentes y de las venideras... Vengo por eso, por la presente, invocando los términos de la ley, a solicitar la ubicación de una área de tres leguas cuadradas en la región situada  en el límite de los territorios del Neuquén y Río Negro, en el extremo oeste del Fjord principal del Lago Nahuel Huapi, con el fin de que sea conservada como parque público natural y al efecto pido a V.E. que hecha esa ubicación se sirva aceptar la donación que hago en favor del país de esa área que comprende desde la Laguna de los Cántaros inclusive, al norte, hasta el boquete de Barros Arana al Sur, teniendo por límite occidental la línea fronteriza con Chile en los boquetes de los Raulíes y de Pérez Rosales, y oriental las serranías al este de la ensenada  de Puerto Blest y de la Laguna Frías, y contiene la reunión más interesante de bellezas naturales que he observado en la Patagonia... Al hacer esta donación emito el deseo de que la fisonomía actual del perímetro que abarca no sea alterada y que no se hagan más obras que aquellas que faciliten comodidades para la vida del visitante culto, cuya presencia en estos lugares será siempre beneficiosa a las regiones incorporadas definitivamente a nuestra soberanía..."

El párrafo que antecede pertenece a la carta que enviara el ilustre argentino Francisco P. Moreno al Ministro de Agricultura del gobierno del General Julio a Roca,  Dr. Wenceslao Escalante, haciendo donación de una importantísima porción de las tierras que el Estado le otorgara como reconocimiento a su labor de Perito en la demarcación de los límites con la hermana República de Chile, a principios de este siglo.
Con este donativo, aceptado al año siguiente por el Presidente Roca, nacieron nuestros Parques Nacionales. Hoy, más que nunca, siguen vigentes las motivaciones que inspiraron al insigne donante, y nuestros parques naturales constituyen un orgullo de todo el pueblo argentino.

Sin embargo, los reiterados incendios que se producen con asiduidad y siempre más temprano, cada temporada, en las mejores zonas de nuestras áreas protegidas deben constituir un poderoso llamado de atención frente a la tarea que nos asiste de continuar con la tarea que nuestros mayores iniciaron, en una pléyade de nombres que incluyen a Exequiel Bustillo, Exequiel Ramos Mexía, el Ingeniero Emilio Frey, el Ingeniero Horacio Anasagasti, los hermanos Ortiz Basualdo y tantos otros.

Es por ello imperativo que de una vez por todas se produzcan las acciones de planificación, prevención y lucha contra el fuego que la intensidad de este fenómeno reclama.
Debemos recordar que la destrucción de los bosques no tiene como único resultado a lamentar la degradación visual del paisaje. Como lo apuntara con claridad señor Enrique Poodts en un artículo publicado en el diario La Nación el 1º de febrero de 1996, los vientos producen un enorme trabajo de erosión en los cerros que se ven desprovistos de sus bosques protectores por causa del fuego. Las lluvias y el agua de escorrentía que sobrevendrán en la estación correspondiente potenciarán este trabajo erosivo, y los detritos que se volcarán en los torrentes naturales afectarán profundamente a la población ictícola de arroyos y ríos, a lo que debe sumarse el poder modificador de todo el ecosistema que estos cambios producen irremediablemente.

Es por ello indispensable la elaboración de Mapas de Peligrosidad de Incendio –que deben ser reelaborados en cada temporada, ya que este índice fluctúa por parámetros mudables, como la relación entre las temperaturas y el grado de humedad de la materia combustible, que dependen de la evolución climática de las zonas afectables y los índices de precipitación fluvial.
Se impone además la necesidad de contar desde el comienzo de cada temporada con una cuadrilla de aviones hidrantes que puedan movilizarse rápidamente a cualquiera de nuestros Parques Naturales en los cuales su presencia sea necesaria, junto con la correspondiente asignación de recursos para su mantenimiento, operación y despliegue. El manejo de la lucha contra el fuego debe centralizarse de una vez por todas, respondiendo a un plan que debiera ser elaborado con el asesoramiento de aquellos organismos internacionales con mayor experiencia en la tarea de prevención y lucha contra incendios forestales.

Pero el objetivo de esta nota apunta, sin embargo, a reflexionar sobre la incidencia que tienen las costumbres de la gente, tanto habitantes de las zonas afectadas como visitantes turistas, y la posibilidad de aplicar políticas preventivas en esta dirección.

En efecto, nada se puede hacer frente a las causas naturales de los incendios –que son por otro lado comunes a las naciones desarrolladas como a los países emergentes, como lo demuestran los informes de incendios forestales en todo el mundo- cuando se suman prolongados tiempos de sequía, que elevan el índice de peligrosidad de incendios, junto con la eventual aparición de tormentas eléctricas en las cuales los rayos son causa del comienzo de focos de fuego. Frente a esta situación, solo la vigilancia que permita una detección precoz puede ofrecer algún resultado positivo.
Pero la gran mayoría de los incendios forestales obedecen a otro tipo de causas, que merecen una reflexión particular.

Los descuidos humanos en tareas de quema de basuras, o tratamiento de pastizales o zonas arbustivas mediante el fuego para el aprovechamiento de los campos, son lamentablemente una causa frecuente del desmadre de estos “fuegos controlados”, que merced a los vientos patagónicos y a una sobredimensionada autoconfianza en la capacidad de control de los operadores se transforman en desastres que atentan contra el patrimonio de toda la sociedad. Las autoridades de aplicación deben controlar, con su poder de policía, estas tareas de los particulares, con una eficaz política de prevención que incluya sanciones ejemplificadoras para quienes operan sin ninguna responsabilidad en este tipo de accionar.

Otro problema real lo constituyen quienes por una causa o por otra no están en condiciones de realizar una evaluación responsable –y mucho menos moral- del hecho de incendiar un bosque. Sabemos fehacientemente que existen chicos y chicas que inician un foco de fuego para ver actuar a los bomberos y a los aviones hidrantes y así combatir el tedio de una vida pobre en muchas cosas, pero también en algo que les elabore un sentido. Estamos indicando una realidad. Algo que sucedeEn estos días, el incendio en la zona del Lago Puelo, en “El Desemboque”, habría sido causado por un chico de 12 años, aunque no está aún determinado fehacientemente. ¿Qué se puede proponer para solucionar este problema puntual? Confieso no tener otra propuesta que una intensiva campaña de educación ambiental en la escuela primaria, que no dependa de la sola buena voluntad de los docentes –la existencia de la cual me consta- sino de directivas, planes y metodología que deben surgir de los responsables de la educación. Con respecto al elevado índice de deserción escolar, admito que el problema, de honda raigambre social, me sobrepasa.

Como tampoco tengo respuesta para otro tipo de casos, como el de una anciana que con una vela puesta en un cementerio rural, y que fuera derribada por el viento, causó, involuntariamente claro, pero con una actitud temeraria, el incendio que asoló la zona de “El Contra”, al sur del lago Huechulaufquen.

También acontece que están los que deben incendiar los bosques en verano, para poder usar la madera afectada, ya seca, para combatir los fríos del invierno. Es sabido que no alcanza la ayuda que el estado distribuye para combatir los rigurosos fríos invernales en la población más carente de recursos. Y entre paisaje, conservacionismo y calor, la pirámide de Maslow nos enseña que las necesidades básicas están en un nivel de prioridad elemental por sobre las superiores. Una vez más es al Estado a quien le cabe idear las soluciones que hagan innecesarias las iniciativas particulares para cubrir este tipo de carencias.

Pero no podemos olvidar otra realidad que con demasiada frecuencia se establece como causal de tragedias ecológicas como las que motivan esta nota.
Me refiero a la tendencia creciente del turismo masivo en las zonas del bosque andino patagónico donde el control de las autoridades de aplicación de Parques Nacionales es siempre –pese al esfuerzo de guardaparques y pobladores- insuficiente.
El autor de esta nota, que desde hace más de cuarenta años recorre en una y otra dirección los senderos y picadas del parque Nacional Nahuel Huapi, ha encontrado en numerosas oportunidades fuegos encendidos en zonas de extrema peligrosidad, y a veces abandonados sin ser apagados de manera total, producto de la negligencia injustificable de quienes no comprenden el vasto alcance que sus acciones irresponsables pueden producir.
Vehículos que se internan en bosques y caminos sin “matachispas” en los caños de escape; acampajes en zonas prohibidas o poco controladas; manejo temerario de fogones o calentadores; y abandono de residuos de peligrosidad, como botellas o envases de vidrio que actúan de concentradores de la luz solar produciendo igniciones repentinas en lugares con abundante materia orgánica seca, son todas ellas situaciones que se pueden verificar reiteradamente en nuestros Parques Nacionales pese al enorme esfuerzo que realiza el equipo de Guardaparques para controlar superficies demasiado grandes.
Al respecto, creo que sólo cabe una política de mayor educación y control de los eventuales visitantes, en la que las autorizaciones de ingreso y permanencia en las zonas peligrosas sean acompañadas de una fehaciente certificación de la capacidad y responsabilidad de quienes aspiran a gozar de los ambientes naturales. Estas políticas deben incluir revisión de equipos de acampaje, registro de itinerarios y planes de marcha y evaluación de los conocimientos que sobre conservacionismo y prevención de incendios forestales detentan los que aspiran a ingresar en las áreas protegidas. La autorización de ingreso y permanencia debería ser extendida en un documento oficial que pueda ser exhibido ante las necesarias y repetidas inspecciones de campo que la autoridad de aplicación debería realizar, si se implementa un sistema parecido, contando, por supuesto, con personal y partidas presupuestarias acordes a las exigencias de esta tarea.

Y aquí llegamos a una última propuesta de manejo, que involucra a quienes planifican el accionar de guardaparques y otros organismos de control. Las intendencias de los Parques montan, en las épocas de mayor peligrosidad, una sistemática operatoria de patrullaje vehicular y pedestre, en los lugares en donde el acceso con medios mecánicos se ve imposibilitado por las características del terreno. Esta vigilancia debe ser incrementada, para lo cual las Intendencias necesitan de mayores recursos. Los guardaparques deben ser más,para recorrer permanentemente las zonas a su cargo sin que esto signifique desmedro a otra cantidad de tareas que les competen.
Todos conocemos las limitaciones presupuestarias que atraviesa la Dirección Nacional de Parques Nacionales. Pero estamos ante una encrucijada: o generamos las soluciones realistas que la situación impone, o debemos acostumbrarnos a la idea de que nuestros bosques irán desapareciendo, uno tras otro, con consecuencias irrecuperables para nuestros parques naturales.

Hasta aquí mi aporte, que pretende contribuir mínimamente a un debate inaplazable, ya que como la experiencia nos marca claramente, los incendios no dan respiro. Los incendios en Huechulaufquen (zona de “El Contra”; Piedra de Águila y ahora en la zona de Puelo, constituyen un indicador de que el problema sigue latente. Es urgente generar las soluciones de fondo que la situación exige, so riesgo de que al cabo de un tiempo –que parece será corto- el turismo vuelva a replegarse porque los bosques de nuestras montañas habrán disminuido dramáticamente.

Raúl Llusá

jueves, 22 de enero de 2015

Charlie Hebdó y el horrendo crimen contra sus redactores. Debate desatado: ¿Debe tener algún límite la libertad de expresión?

Premisa: considero a mi pensamiento un pensamiento provisorio. Sé que sólo puedo abarcar partes de la realidad, y no la realidad completa. Sé que otros podrán ayudarme a ver las partes que yo no veo, y por lo tanto modificar mi parecer parcialmente o en su totalidad. En una palabra: lo que expreso en estas líneas es lo que he podido construir hasta ahora acerca del tema del título, pero agradeceré cualquier puntualización que me ayude a advertir errores de razonamiento o me muestren aspectos que he omitido. Fin de la premisa.

Introducción

Desde el paradigma de la complejidad, resulta imposible abordar algo complejo desde una mirada lineal, simple, entubada. Porque lo complejo (entendiendo por tal a lo que está compuesto de muchas partes a veces funcionando como un sistema) debe ser abordado por un pensamiento complejo, que busque identificar y analizar todos los componentes del sistema. De lo contrario corremos el riesgo de juzgar el todo a través de una parte.
El pensamiento analítico no puede descartar ni dogmatizar nada sin un profundo análisis, especialmente aquellas cosas que se dicen luego de un hecho de gran impacto.
Tras el brutal atentado jijhadista que terminó con la vida de varios caricaturistas de la revista parisina Charlie Hebdo, se dispararon diversos debates simultáneos: sobre la libertad de expresión, si debe ser absoluta o relativa; sobre el derecho al insulto y a la blasfemia; sobre las relaciones entre occidente y el mundo musulmán, etc.

El atentado

En la redacción de Charlie Hebdó no hubo apenas un crimen, un asesinato múltiple. Hubo un atentado terrorista. Para definir cosas que mucha gente confunde: se denomina terrorismo a un sistema de lucha que actúa desde la ilegalidad, y que busca sembrar terror a través de atentados, acciones de guerrilla, voladuras o asesinatos.
El terrorismo puede ser terrorismo de organizaciones irregulares, con móviles políticos o religiosos, o terrorismo de estado (el más letal, ya que los estados tienen medios poderosos para ejercer terrorismo, y además los estados deben ser los más celosos custodios de la ilegalidad). Con respecto al terrorismo de estado, puede tener destinatarios internos (como pasó en Argentina en los años de plomo) o externos, cuando se lanzan ataques ilegales contra objetivos externos, como se ve repetidamente, por ejemplo, en el conflicto palestino-israelí. La característica común de los terrorismos es la ilegalidad. No se trata de una guerra. Una guerra también ejerce, obviamente, violencia extrema que sesga vidas. Pero no se puede llamar terrorismo a  una guerra, porque aunque resulte horroroso, las guerras forman parte de la “legalidad” internacional, aunque haya guerras justas (cuando responden a un ataque, invasión etc) o injustas, como las de expansión o conquista de enclaves económicos.
Parece absurdo tener que decir que cualquier ataque terrorista debe ser repudiado con toda la fuerza de la que seamos capaces. No lo es, sin embargo, porque hay quienes asumen una mirada complaciente frente a los terrorismos que golpean a sus enemigos ideológicos. Yo condeno cualquier terrorismo. Y particularmente este, que es expresión de los terrorismos que golpean a blancos civiles, desarmados, sin capacidad alguna de defensa.

Un atentado como el que comentamos es además una respuesta brutalmente desproporcionada entre la ofensa esgrimida como motivación (la publicación de caricaturas que ridiculizaban al Islam y al profeta Mahoma) y el precio pagado, que fue nada menos que doce vidas. Aclaro que hubiese sido desproporcionado también si se hubiese cobrado una sola vida.
El horrendo atentado disparó millones de voces de condena, otras muchas de aprobación (entre los grupos fundamentalistas, generalmente) y algunas otras que se movieron entre dos aguas: “condenamos el atentado, pero…”. En este último grupo veo al menos dos  especies distintas: en primer lugar la de aquellos que se solidarizan de alguna manera con el mundo árabe (identificado casi naturalmente con el islamismo aunque es sólo una parte de él) por verlo en desventaja en la lucha contra “occidente” tanto en el problema palestino-israelí como en las recientes guerras (Irak, Afganistán, etc) en las que coaliciones occidentales encabezadas por EEUU atacaron o invadieron estos países y produjeron cambios de regímenes gobernantes.
La otra es la de aquellos que condenan realmente el atentado y la violencia jijhadista contra occidente, pero creen que el error de Charlie Hebdó fue provocar con sus publicaciones a grupos que tienen otros códigos, otros valores y otros umbrales limitativos. Dicen, en cierta medida: “Terrible, pero tendrían que haber sido más prudentes”.

Dos conflictos paralelos

No obstante hay que hacer una puntualización que no he visto que se tenga en cuenta a menudo. Hay dos problemáticas paralelas que enfrentan a Occidente con parte del mundo musulmán.
Una de ellas es el conflicto territorial entre palestinos e israelíes, en donde estos últimos tienen por aliado principal a los Estados Unidos de Norteamérica, lo que hace que aquellos que sienten que Estados Unidos es un enemigo, tiendan a simpatizar con “el enemigo del amigo del mi enemigo”. Esto es: “simpatizamos con los palestinos porque Israel es aliado de nuestro enemigo, Estados Unidos”. Describo, no valoro.
Esta es la primera problemática.
La otra es la concepción salafista, el Islam radicalizado que sigue con devoción la ley de Allah o una interpretación de la misma, y el movimiento que se organizó en 1928 con la aparición de los Hermanos Musulmanes, y que sostiene una guerra santa (Jihad) contra los apóstatas del Islam por un lado y en general contra los infieles, esto es: todos aquellos que no profesen el credo musulmán.
El atentado contra la AMIA o la Embajada de Israel, o la voladura de las torres gemelas tiene que ver, como ejemplo, con el primer conflicto. Pero me parece que el atentado contra Charlie Hebdo está más emparentado con el segundo. Aunque haya corredores de relación entre uno y otro, corredores pavimentados por el sentimiento de gran parte del mundo musulmán de que Occidente desprecia y odia al Islam. Resulta ilustrativo lo dicho por Sayyid Qubtd, ideólogo salafista, citado por Eduardo Fidanza en la nota “El debate que reaviva Charlie Hebdo”, publicada en La Nación, 17 de enero de 2015: “Hermano, sigue adelante, para que tu camino se empape en sangre. No vuelvas la cabeza a la derecha o a la izquierda, sólo mira hacia el cielo”.
Para Fidanza la disputa entre las distintas lecturas que se hacen del ataque terrorista  actualiza de alguna manera la disputa entre dos corrientes que polemizaron fuertemente a fines del siglo XIX: el positivismo racionalista y la crítica del historicismo. La razón condena el atentado de manera absoluta, dice Fidanza, porque contradice la naturaleza humana, y porque cualquier relativización daría un contexto justificador a los victimarios. Y el historicismo alude contextos sociológicos y políticos, y sostiene que sería un reduccionismo desconocer el fenómeno religioso, la cuestión política o los avances de occidente sobre el mundo árabe a través de matanzas e invasiones.
Me pregunto si ambas visiones tienen que ser necesariamente antagónicas. Desde el paradigma de la complejidad pueden ser complementarias: el hecho en sí no se explica sin su contexto, pero la razón nos dice que es necesario buscar formas humanas de resolver los conflictos.
 
La libertad de expresión

Dicho todo esto, hay que preguntarse respecto de la cuestión central de este artículo. ¿Es la libertad de expresión algo absoluto o debe tener alguna limitación?
Entendemos como libertad de expresión a la libertad de expresar y publicar lo que uno piensa, esté equivocado o no. Una conquista que costó mucho tiempo y esfuerzo, y una conquista realmente valiosa.
La pregunta que circula hoy es: ¿Debe ser absoluta la libertad de expresión? ¿O debe tener algunos límites, y en este caso cuales?
En los hechos, la libertad de expresión se cercena cuando hay censura previa: cuando alguien determina, leyendo previamente, lo que se publica o lo que no. Sea en el interior de un medio de comunicación, sea en desde el exterior de éste, desde un organismo de poder con capacidad de censura. Esto es típico en regímenes dictatoriales o fuertemente autoritarios. Las Constituciones suelen garantizar, empero, la libertad de expresión libre de censura previa.
Otra limitación no impide la publicación, pero castiga aquellas que transgredan la legislación vigente: en muchos países la legislación pena la apología del crimen, o del terrorismo, de ideologías con historia tristemente violenta (como en nazismo), o las expresiones que incitan al odio racial, religioso, o que manifiesten sentimientos xenófobos o discriminatorios a personas o grupos sociales por su orientación sexual, por ejemplo.
En este caso, las publicaciones de este tipo pueden ser penadas por la ley. Fue lo que sucedió hace no demasiado con el actor y cómico francés Dieudonné, que fue condenado no por haberse expresado, sino por haber hecho apología del terrorismo, que sí está penado por la ley por la legislación francesa.
Hay dos puntos controvertidos: el llamado “derecho al insulto” y “derecho a la blasfemia”. Todos sabemos en qué consiste un insulto. Quizá no todos conozcan en qué consiste una blasefemia
En el ámbito de las religiones, la blasfemia es el insulto o la burla a la divinidad o a sus símbolos. No es blasfemia, estrictamente hablando, un insulto o burla a las instituciones religiosas o a sus dignatarios, ni tampoco la crítica o la argumentación contra los dogmas, las doctrinas o las costumbres de determinada religión.
La blasfemia existe como tal en el ámbito religioso. Para quienes no comparten creencias religiosas, es una palabra de poco sentido. En un estado laico, no se suele legislar prohibiendo la blasfemia, porque para un estado laico esta palabra no tiene significado. Sí podría, el estado laico, (y digo podría, no digo que necesariamente lo haga o lo deba hacer) legislar prohibiendo insultos o burlas por razones religiosas, como lo hace o lo podría hacer por razones raciales, étnicas, por condición social, sexual, etc.
Lo que sí parece evidente es que para las personas profundamente religiosas (y mucho más para los fundamentalistas) una blasfemia es siempre una ofensa vivida con dolor e indignación.
Creo que nadie debería cuestionar el derecho a criticar y contestar un dogma religioso, una creencia, incluso la religiosidad misma. Esto puede causar en los destinatarios el desagrado que causa una opinión contraria en cualquier ámbito de discusión.
Pero me parece que hay algo que no podemos dejar de tener en cuenta: el ámbito religioso toca fibras muy profundas en el creyente. Es una realidad, quizá solo comprensible desde lo experiencial para el creyente. La psicología puede encontrar las motivaciones profundas de este malestar. Pero el malestar existe. Cuando más allá de una crítica racional, se ofende o se ridiculiza a la creencia y al creyente, se despiertan dolores, iras y sentimientos complicados.
Sostengo que hay que atender al menos a la dignidad de las personas, aunque para algunos las religiones no sean dignas, o sean causante de más males que bienes (cosa que constituye un discutible como para otro análisis). Hay que atender la dignidad de la persona creyente como tiene que atender (para poner otro ejemplo) a la dignidad de la persona transexual, quien no vea positivamente a la transexualidad.
No sé con certeza si la blasfemia debe estar prohibida por la legislación. Pero estoy convencido que la blasfemia ofende a los afectados de manera muy profunda, porque los banaliza. Por lo mismo, estoy convencido de que hay que ser muy prudentes, por consideración a la persona religiosa, con este tipo de expresiones. Y mucho más cuando las blasfemias ridiculizan o caen en lo grosero o grotesco.
Hay burlas que impactan en estructuras profundas de la psicoafectividad. Y más allá de que despierten reacciones (como lo dijo el papa Bergoglio con una boutade[1], cuando manifestó que quien se mete con “la mamma” puede esperar un puñetazo) generan dolor. Como cuando alguien se burla de un defecto físico de otro; o de alguna característica vergonzante o presumiblemente vergonzante de algún ser querido: un hijo homosexual, una hija con síndrome de down, una madre “escrachada” en un video íntimo, etc. La palabra tiene poder . Evoca, despierta sentimientos, tiene alto contenido simbólico.
Ivonne Bordelois[2], en un artículo que también suscitó polémica, dijo: “Hay leyes que no por no estar escritas son menos básicas e inamovibles: particularmente las leyes de la convivencia. Uno de los pilares fundamentales de estas leyes es la conciencia de que no cabe subestimar la importancia de ciertos símbolos, en particular los religiosos, para aquellos que los sustentan. Por tanto, las ofensas en este nivel no pueden ser trivializadas ni descontadas en aras de una libertad todo terreno”.  La pensadora agrega que “El laicismo que se considera, con justa razón, garantía de progreso en los Estados modernos no puede consentir ni consistir en degradar las expresiones religiosas que no atenten contra los derechos humanos, en especial cuando provienen en general de minorías explotadas económica y socialmente. El racionalismo puede también convertirse en la religión de la soberbia cuando considera a los creyentes en su totalidad como seres inferiores, supersticiosos e ignorantes”.
Algunos, como la misma Bordelois, apuntan también a una postura más estratégica que filosófica: “Azuzar con palabras e imágenes fuertemente ofensivas a un enemigo fanático, en momentos en que arde la contienda internacional, no parece la actitud más prudente ni esclarecida por parte de quienes se asumen como líderes intelectuales de la prensa europea. Ser mártir de la libertad de prensa no es incompatible con ser responsable de imprudentes escarceos al borde de un cráter dispuesto a estallar”[3]
Otros opinan que este tipo de expresiones, como las viñetas publicadas por Charlie Hebdó, ensanchan la brecha cultural y benefician a los extremistas de uno y otro lado. Fue lo que sucedió en este caso, después del atentado, cuando se virulentizaron tanto las reacciones antioccidentales en los países musulmanes, como los movimientos islamófobos en occidente.
Con respecto al “derecho al insulto”. Me parece que hay insultos e insultos. Algunos son razonablemente explicables, en el fragor de una discusión. Otros son despreciables, cuando se insulta por raza, color de piel, condición sexual, religión, etc. Y especialmente cuando se escudan en el anonimato que permite, por ejemplo, Internet.
¿Cuántas veces no escuchamos o leemos en las redes sociales barbaridades como estas?:
  • El holocausto no existió.
  • Los militares se quedaron cortos, matando 30.000. Deberían haber matado 1.000.000.
  • El pueblo judío no debería existir.
  • Que los que se droguen se droguen mucho, así se mueren de una sobredosis.
  • Me alegra el sufrimiento de los refugiados palestinos.
  • Los creyentes de cualquier credo son imbéciles.
  • Los izquierdistas tienen más corazón que cerebro, aunque su “corazón” sea, de cualquier forma, bastante pobre. Pero lo que es su cerebro, es inexistente.
  • Los negros son inferiores.
  • Habría que quemar todas las Iglesias, con los curas adentro.
  • Habría que quemar todas las sinagogas, con los rabinos adnetro.
  • Habría que quemar todas las mezquitas, con los ayatollas adentro.
Entre estas frases hay algunas que constituyen un delito tipificado: que es apología del delito o del crimen. Pero estas expresiones representan cosas que se piensan. Son horrorosas, pero hay quienes las piensan. La pregunta: Supongamos que una persona piense todas estas barbaridades. ¿Tiene derecho a expresarlas?

Y sin llegar a tal extremo: ¿existe el derecho a la violencia verbal, a la crueldad verbal (causar dolor con la palabra), a la provocación,  a la burla racista, a la burla o al insulto homófono,  a la burla al enfermo, a la difamación, a la injuria, a la calumnia, a la incitación a cualquier tipo de odio? ¿O hay que poner límites? Y si hay que ponerlos: ¿Cómo se establecen esos límites? ¿Quién debe establecerlos? ¿En base a qué consensos? ¿Qué se prohíbe y qué no?
Confieso que no tengo aún un juicio definitivo al respecto, por lo complejo del tema.
Pero así como existe un derecho positivo, cristalizado en la legislación, existe también un “derecho moral”, que se nutre de valores y convicciones justas. Y aunque haya cosas que, al no estar prohibidas, uno tiene derecho de hacer o decir, en razón del derecho moral, que sólo asumen como existente las almas grandes, deberíamos autolimitarnos.
Supongamos, como ejemplo, que alguien tuviera aversión a los redactores de Charlie Hebdó por distintitas cosas. Puede no haber, en la legislación positiva, ningún impedimento legal a que escriba en un blog o en donde sea:  “realmente estas muertes me alegran de corazón, aunque sean un crimen que debe ser castigado”. O sea: puede “tener derecho positivo” a escribirlo porque no es delito si no está prohibido. Pero no tiene derecho moral, porque estas expresiones lastimarían fuertemente a padres, hijos, esposas o esposos de los fallecidos.
Es un tema delicado y complejo. Y también difícil. Hay que entender que no hay valores universales, compartidos por todos, porque determinados valores que occidente pregona (aunque no cumpla siempre y cabalmente) no son compartidos en oriente. Aún en occidente hay visiones diametralmente opuestas al momento de opinar. Y también en oriente.
Pero hay cosas, estoy convencido, que no admiten discusión:
  1. Jamás deberemos aceptar el asesinato en nombre de Dios, en nombre de una idea, en nombre de una venganza, en nombre de diferencias raciales, sexuales, religiosas. Nuestra condena debe ser absoluta. Aún entendiendo que este mundo en que vivimos alberga mucha gente capaz de matar por todas esas cosas, en diferentes países y culturas. Incluso en la nuestra. Y la ley debe caer con todo su rigor con quienes ejercen venganzas como la increíblemente desproporcionada reacción del fundamentalismo en el caso de Charlie Hebdo.
  2. Existe además un derecho inalienable: la de profesar una creencia religiosa, o la de ser ateo e ignorar la cuestión religiosa, sin que esto implique dificultades para quien cree una u otra cosa. Nadie debe ser perseguido, encarcelado, violentado o injuriado por creer o por no creer.
  3. El derecho a profesar una fe no incluye, ciertamente, el “compelere intrare”, obligar a los demás a compartir esta propia visión.
  4. No existe el derecho a sembrar el terror para obligar a otros a pensar o actuar de alguna manera.
  5. La libertad de expresión es una conquista que debe ser resguardada, dentro de la legalidad vigente.
Queda abierta la otra cuestión: la de la “libertad al insulto o a la ridiculización o a la ofensa”. Que debe seguir siendo analizada desde la perspectiva de la racionalidad, de la perspectiva histórica e historicista, y fundamentalmente desde el supremo interés del bien común.
Pero creo que, aún cuando no exista legislación sobre la materia, debemos abstenernos de caer en la tentación de ofender, de causar dolor con la palabra, tanto en el ámbito de las creencias religiosas como en otros muchos ámbitos que impactan en lo profundo de la intimidad del otro. El respeto a la dignidad del otro, antes aún que un derecho, es una obligación moral.  
Agradeceré cualquier juicio que me ayude a completar, y aún a modificar estas convicciones, si tiene la fuerza argumentativa necesaria.



[1] Boutade: expresión cómica que se usa para ilustrar un concepto.
[2] La Nación, 13-1-15, “Otra mirada sobre Charlie Hebdo”.
[3] La Nación, 13-1-15, “Otra mirada sobre Charlie Hebdo”.