Hace unos años,
un energúmeno descerebrado y risueño, que miraba a ambos lados para ver las
caras de aprobación de otros muchos despreciables que reían y aplaudían,
atacaba con no sé qué gas a un grupo de jugadores de River que entraban en la
cancha de Boca por el túnel ¿protegido? que viene de los vestuarios. Esa noche
me agarré una amargura tal que dije: ¡chau el fútbol para mí! Estaba Agustín
Bregim conmigo, y puede dar testimonio. Se me pasó. Entre este hecho y el del
sábado, en el que otra horda de bestias insultaba (ponele que hasta ahí se
entiende) y ¡apedreaba! al “enemigo mortal” que llegaba a la cancha, hasta el
punto de romper los vidrios del micro, pasaron muchas cosas espantosas en el
mundo del fútbol. Con muertos, negocios dignos de la mafia, contubernios
dirigentes, y esa “pasión”, esa maldita “pasión” que hace ver al que tiene otra
camiseta como enemigo.
Esto último pasa
entre las barras, pero pasa también entre muchos que no son barras. Pasa
también entre demasiados jugadores, que se bancan con cara de culo el tener que
darle la mano al contrario antes del partido. Y entre los directivos de los
clubes, y miren si no las farsas mal actuadas de estos dos –a mi humilde pero
sincero modo de ver- impresentables, que son los presidentes de los dos clubes
más grandes de la Argentina (yo simpatizo con uno de ellos, pero juro que no
mataría ni a un mosquito por sus colores).
En fin: el fútbol
despierta tanta mala pasión en los menos… pucha, ¿qué palabra pongo acá?... en
los ‘menos preparados’ para entender que cada quien tiene derecho a creer lo
que cree, a hinchar por el equipo que quiera o que le hayan encajado de chico,
en fin: a ser como es, mientras no cause mal a nadie, si el fútbol (decía) le “saca
la cadena” a tanta gente tan básica, ¿qué hacemos?
No sé. Yo, que
cada vez estoy más viejo y menos pasional, diría: mientras no cambie la calidad
de los dirigentes y de unos cuántos jugadores y técnicos (que alientan con sus
declaraciones incendiarias esta absurda “guerra de los siete reinos”) nada
cambiará, porque la violencia de arriba promueve y facilita la violencia de
abajo. Y las “hordas” de apedreadores, ladrones y violentos seriales no
cambiarán. A las hordas sólo se las neutraliza con sanciones, como se hizo en Europa.