viernes, 13 de enero de 2017

Mínimo y provisional aporte a un debate que se viene

Mi opinión, que puede estar equivocada, lo admito de antemano, respecto del debate sobre la baja de la edad de la imputabilidad.


Entre meter preso a un menor de 14 o 15 años que mata o viola mandándolo a una cárcel común, junto a delincuentes comunes, y dejarlo libre porque es inimputable, tornándolo a su ambiente por lo general iatrogénico, desde donde puede volver a delinquir poniendo en riesgo a otros, hay una enorme distancia, habitable por el sentido común. En estos dos extremos, el menor no tiene posibilidad de cambiar su vida, que continuará sumergida hasta que muera por bala o paco. Por eso creo que el debate que se viene tiene que moverse en el amplio margen que hay entre estos dos extremos. Es un chico, sí. Pero es un chico peligroso. Dos cosas. Tenemos que atender que es un chico, y que por lo tanto puede redimirse, y que es peligroso, y por lo tanto puede seguir causando daño. Hay que atender LAS DOS COSAS. Por eso el Estado (porque la familia ya ha fracasado con él) tiene que proveer medios adecuados para quitar su peligrosidad y darle algún sentido a su vida. No es fácil. Conozco establecimientos estatales en donde los internos (por drogas o delitos) están abandonados a la mano de Dios. Sin adecuada atención. Por eso hay que pensar y organizar todo (o al menos muchas cosas) de nuevo. Y dar lugar, incluso, al trabajo de profesionales voluntarios, que colaboren a la par de los rentados. No podemos dejar a estos chicos delincuentes en libertad descontrolada, porque se transformarán de adolescentes asesinos en adultos asesinos. Y seguirán asesinando. Pero tampoco podemos frizarlos en la categoría de “definitivamente perdidos”. ¡Son chicos! Chicos jodidos, pero chicos. Al menos hay que intentarlo, con todas las fuerzas posibles. Obviamente que no se los puede mandar a cárceles comunes. Ni mezclarlos con adultos delincuentes. Y ni siquiera hacinarlos junto a otros menores delincuentes. Porque se realimentarán en rencor y resentimiento. No sé, no soy especialista y aún no he analizado a fondo el tema. Pero hay que buscar otras opciones. Tiene que haberlas. Para que puedan rescatar sus vidas y darles sentido; para que no sigan siendo peligrosos; para que alcancen una redención social, a la que todos tenemos derecho.

¡Chau, 2016! ¡Has sido un gran año, gracias por tanto! O: “Andate de una vez, 2016 de mierda!”

Típico de leer en las redes sociales cada fin de año.
Es clarísimo que nadie (o casi nadie) cree que son “los años” los que configuran nuestra suerte o desdicha. Podemos contabilizar el devenir en meses, años, lustros, decenios. Lo que fuera. Son siempre mediaciones. Mediaciones útiles: nos permiten repasar qué sucedió en un período de tiempo; que ganamos y qué perdimos; qué errores y aciertos tuvimos; que no hicimos que pudiésemos haber hecho; en fin: balances que sirven para ajustar.
Pero los pobres años (que son medidas basadas en el movimiento de la tierra en su órbita alrededor del sol, y que tanto trabajo les dio a los matemáticos para hacer un calendario aceptablemente preciso) no tienen la culpa de lo que nos pasa. A veces la culpa (o el mérito) pertenece a causas fortuitas. O a errores y malas decisiones. O aexcelentes decisiones. O a nuestro trabajo o nuestra desidia. A vecs, también y lamentablemente, a los que nos hacen daño de diversas maneras.
Pero no culpemos a los años, salvo como ironía. Más bien analicemos, en nuestro balance, qué cosas pudieron salir mejor si hubiésemos actuado de otra manera. Para que cada año represente un crecimiento.
Defiendo los balances. Pueden ser espacios de revisión fructífera.
Hay quienes hacen estos balances en su cumpleaños, reflexionando sobre cómo les fue en el año transcurrido desde el cumple anterior. Pero lo más frecuente es hacerlos a fin de año, ya que en cada año calendario se nos abren algunas oportunidades asociadas al cambio de año, especialmente en ambientes académicos: anotarnos en una carrera, dar exámenes que debemos; etc. A veces, enero y parte de febrero son meses más distendidos, que nos permiten descansar y planificar, por lo que marzo se transforma en un mes de comienzos nuevos. Además muchos proyectos comienzan con el nuevo año, aún en instituciones y ambientes laborales. Además, el cambio de año tiene todo un contenido simbólico, y los seres humanos nos movemos mucho (muchísimo!) en el ámbito de lo simbólico. De modo que no creo que esté mal hacer balances y proyectos en esa fecha, aunque por supuesto que los ajustes en nuestra vida no necesitan (y en oportunidades no deben) esperar a fin de año.
¿Compartir balances y proyectos en redes sociales? Bueno, como muchas otras cosas, no es demasiado moralizable. Cada quien tiene su jardín como le gusta. Yo, en lo personal, no lo hago. Cada fin de año comparto en privado un relato de lo que hice, lo que me salió bien y lo que me salió mal con mi gente muy querida. Algunos con los que me veo seguido y por tanto saben todo lo que cuento en ese balance, no lo leen (porque es largo). Otros que están lejos, o no nos vemos tanto, quizá se interesen en saber en qué ando y lo lean. Pero no comparto estas cosas tan personales en muros públicos. Porque no quiero que cualquiera sepa cómo me va, y porque a nadie (salvo mis afectos) debería interesarle cómo me va, y de hecho a pocos le interesa. No critico, sin embargo, a los que eligen hacerlo. Aunque hago una salvedad: en algún punto, las redes sociales, a algunos, los ayuda a creer que son celebridades y que a todo el mundo le recontrainteresa lo que publican. Y heneralmente no es así. Y en realidad esto es una gran noticia. Porque por más que la fama sea una de las cosas que más se buscan, no hay nada como la privacidad y la tranquilidad doméstica para tener una cabeza bien ordenada. Buen año a todos.